Después de
Zapatero, el mayor error de los socialistas fue aceptar la nominación de
Rubalcaba como candidato, y elegirlo secretario general del partido después.
Con aquellas decisiones, inconcebibles en un partido curtido en mil batallas,
supuestamente musculado y que pisa suelo, el PSOE se imponía a sí mismo un
castigo severo, para conseguir los peores resultados de la reciente etapa. 110
diputados, 100 menos de los que consiguió en su mejor momento con Felipe
González. ¿Pretendían que el electorado olvidara a Zapatero poniendo a
Rubalcaba? Rubalcaba, con un pasado político tenebroso es, además de más feo
que Zapatero, más de lo mismo, porque ¿qué hizo Zapatero que no hiciera
Rubalcaba? Dada la agilidad analítica que siempre habían demostrado los
socialistas, se esperaba que, pasado el sarampión de aquel intento fallido,
recapacitaran de inmediato para subsanar el error, pero, erre que erre, fueron
a más y eligieron a Rubalcaba para que dirigiera el partido desde la Secretaría
General. También resulta extraño que Rubalcaba, al que se le considera listo,
tuviera y tenga una visión tan alejada del rechazo que produce incluso en el
electorado de izquierda.
El benefactor
“efecto Rubalcaba” sólo existió en la cabeza de los socialistas, porque en el
electorado está catalogado y perfectamente amortizado. Y ya se sabe, “lo que no
pué sé, no pué se, y además es imposible”. Días antes de las elecciones del
20-N, un socialista de primera fila me aseguraba que “todo el pescado está
vendido, sólo nos queda admitir el error de haber puesto a Rubalcaba y
agradecerle los servicios prestados inmediatamente después de las elecciones”.
No lo hicieron, cerraron filas en torno a “Zapalcaba” y desde entonces vienen
estrellándose en cada cita electoral, pero sin demostrar cintura ni capacidad
alguna para entender lo que el electorado les grita desde las urnas. ¿Qué hace
el PSOE? Como prueba de regeneración lucen como novedad al lado de Rubalcaba a
Felipe González, para que con su abultada chequera de yupi multisueldo y
nuevo rico, hable de los pobres, y a Alfonso Guerra, para que enristre su
repertorio de los mismos chistes rancios de los setenta.
Rubalcaba no puede
ocultar su pertenencia al club de la cal viva, al clan de los pelotazos, al
cuchicheo vergonzante de las negociaciones con ETA, al cierre en falso del
atentado del 11-M y a la falange del Faisán, porque así es como está catalogado
en la memoria colectiva, aunque sea un pío varón incapaz de tropelía alguna. Su
imagen de viejo caimán, único superviviente activo de etapas que se quieren
olvidar, achica aún más las posibilidades de un PSOE que, después de Zapatero,
necesitaba una catarsis profunda, capaz de cicatrizar las heridas causadas para
reconciliarse con el electorado. No escarmientan y en lugar de mirar la
sombra de la foto fija que proyecta Rubalcaba, ahora, después de los fiascos en
Galicia y País Vasco, continúan de perfil, sin pestañear, esperando el
chaparrón que les caerá en Cataluña.
Como en política
nada se hace al azar y son pocas las cosas que se improvisan, hasta se podía
pensar que el PSOE ha decidido inmolarse, como hicieron los ratones siguiendo
al flautista de Hamelin. Sarna con gusto no pica.