Es el tipo más demócrata que he conocido.
Demócrata de acción. Demócrata de convencimiento. Demócrata con autoridad.
Demócrata de ejemplo.
Adolfo Suárez. Primer presidente de la
España democrática. Primer presidente de la España constitucional. Imagen presente
de una España culta y sana.
Dicen que padece una enfermedad que afecta a
su memoria. Seguro que es así. La maldita enfermedad no se extiende a la de
quienes conocimos a la persona y valoramos su obra política y su ingente
despliegue de concordias y de reconciliaciones. Nuestra memoria es
inquebrantable en cuanto a reconocer al hombre que nunca se dedicó a la
política con minúsculas y sí a la reconstrucción de un Estado sometido a una
dictadura de cuarenta años. Desde dentro. Con arreglo a las leyes. Sin
violencia. Con firmeza y contundencia. Frente a radicales del ayer y
extremistas del siempre.
Adolfo marca un estilo. Suárez, una identidad.
Adolfo Suárez es el sueño de una noche de verano que el rey alumbró ante el
asombro de tirios y troyanos. Reinó Juan Carlos merced a la mullida alfombra
que el abulense le dispuso con su propia persona. Del franquismo a la
libertad en un suspiro contenido de transiciones. De una cuarentena golpista a
la más formidable democracia que jamás vivió España.
Los españoles de bien no olvidamos al hombre
que, dicen, ha perdido su memoria. No importa. Nuestro recuerdo es imborrable.
Ochenta años de vida. Con los dedos de una mano se cuentan los gobernantes que
han sentido en sus carnes la dura presión de los suyos y de los ajenos. Apenas
conozco a dos que hayan dado tanto a cambio de tan poco.
Mi memoria inquebrantable por el
agradecimiento se dirige, en estos momentos, a Adolfo Suárez. Don Adolfo. Cada
día se le añora más.