viernes, 21 de octubre de 2011

Desde Montánchez, Participación en la vida pública


Corren tiempos en que dedicarse a la política se ha convertido en la profesión de mayor desprestigio. Al menos, los narcotraficantes y las prostitutas de lujo se compran su buen nombre con el dineral que ganan. Un político, ni eso puede hacer.
En España, increíblemente, nos hemos cargado las bondades de la gente que vive para intentar resolver los problemas de todos, y quienes, en ese intento, procuran abrir debates públicos para que las decisiones emanen del pueblo tras una discusión amplia. El resultado será bueno o menos bueno, pero la intención no tiene mácula de duda.
Así entienden su oficio de político miles de personas. Ciertamente, unos pocos caraduras que han usado sus cargos para robar, han conseguido que estas palabras que he escrito suenen a anhelo inocente. Pero sé lo que digo: en todos los partidos ha habido mala gente, pero la inmensísima parte de los cargos públicos es gente de ley, con quienes se puede discrepar, pero en quienes se debe confiar.
La participación en la vida pública es imprescindible. Y para pensar en las soluciones a los problemas de todos necesitamos a los mejores. Es insensato dejar la política en manos de aquellos que acaban ahí porque no sabían hacer otra cosa. Tienen que estar los mejores.
Ahora bien: si nos permitimos insultar a todos por igual midiendo por el rasero de los ladrones y los tontos; si nos dedicamos a humillarlos, y si la política solo sirve para el grito compulsivo y no para el debate sereno, terminarán gobernándonos los menos preparados que resultan, normalmente, los más zorros para enriquecerse.
Pongo un ejemplo de la situación actual: un político tiene que desnudarse en público y contar su patrimonio. Si tiene mucho, le critican; si tiene poco, se ríen de él. Y quienes lo hacen no están obligados a declarar cuánto ganan ni cómo lo ganan ni por qué lo ganan. Además, piden del político que resuelva los problemas, todos los problemas y ahora mismo, ¡ya! Parece que una buena parte de la sociedad querría que se dedicaran a la política los monjes de clausura con capacitación milagrera.
No es extraño que exista desánimo entre los jóvenes para reflexionar en términos políticos. Es mucho mejor aspirar a ser cantante: si cantas mal, ¡ni siquiera te critican!
Pero no podemos seguir así. Cada cual defenderá su ideología, sus aspiraciones, sus soluciones a los retos de esta sociedad en crisis, pero es obligado hacerlo. Los jóvenes tienen que acercarse a la política, no para obtener un cargo ni un sueldo, sino para contribuir a pensar profundamente en España y en los españoles; en los problemas de hoy y en los que ya se prevén de mañana.
Jóvenes que se entusiasmen con el reto de resolver conflictos que aún no están ni pensados, con la seguridad de que la sociedad estará esperando de ellos que nos entreguen sus mejores ideas, a cambio, eso sí, de no ser insultados ni desprestigiados.
Busquemos jóvenes serios para debatir sobre los problemas serios; y luchemos denodadamente por prestigiar a los políticos, pues es mejor votar a quienes pretendan resolver nuestros problemas que encontrarnos con que nos gobiernan aquellos que se han subido ahí para resolver su vida.

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