sábado, 27 de agosto de 2011

Desde Montánchez, IZQUIERDA, SIN OBJETIVOS

El show que ha montado la izquierda a propósito de la visita del Papa y la radicalidad de su desprecio me convence de que algunos se han quedado sin mensaje desde la caída del muro de Berlín. Y son ya muchos años.

Es preocupante.

La Democracia consiste en conformar un sistema de equilibrios en el que nadie tiene la razón absoluta. Son los matices, las propuestas imprevistas, la creatividad de los pensadores, lo que va moldeando una sociedad libre, que unas veces acierta y otras se equivoca. Pero si el debate de ideas está amputado porque una de las partes no aporta nada, o nada más que algaradas, lo que sufre es la Democracia en sí misma.

Los bandazos del gobierno socialista —absurdos ejercicios de maquillaje para tener contentos a los suyos cinco minutos más que al resto—; la invasión violenta de las calles por parte de colectivos ultras que no tienen nada que proponer en el Siglo XXI —salvo que pretenden ser consultados aunque ellos no piden refrendo de sus ideas en las urnas—; la blasfemia pura y dura contra los católicos; el escarbar tumbas viejas para resucitar nuevos odios… Muy poco de lo que propone la izquierda siquiera merece debate. Generalmente, su contribución es absurda, cansina, miope, muy alejada de un debate intelectual serio.

¿Qué educación quiere la izquierda? Cualquiera, siempre que sea gratis y de espaldas a las monjas; ¿qué Sanidad? Cualquiera, siempre que sea gratis y se pueda abortar; ¿qué economía? Cualquiera, siempre que manden los sindicatos y ellos decidan quién puede enriquecerse; ¿qué medioambiente? Cualquiera, siempre sean ellos quienes decidan que unas veces se pueden construir centrales nucleares y, otras, no.

Las diputaciones provinciales sobran cuando la izquierda no las gobierna; las urnas “no nos representan” si los electores no dan el poder a la izquierda; los empresarios son corruptos siempre que no apoyen a la izquierda, y nadie puede desarrollar sus proyectos si no es para el buen nombre de la izquierda.

Así es imposible convencer a la sociedad del Siglo XXI —la informada, la culta, la seria, la rigurosa, la cabal— de que la izquierda tiene algo que aportar al debate vital en el que nos encontramos. Pues Occidente no sufre una crisis económica, sino una crisis vital: de tanto creer que las minorías tenían soluciones, desde la mayoría social de la normalidad y el buen juicio parece que nos hemos quedado sin nada que decir.

Occidente no necesita medidas económicas para salir de la crisis; precisamos políticos que reflexionen sobre el sentido de nuestro objetivo vital como ciudadanos. El asunto es mucho más profundo que lo que puedan aportar las casas de apuestas revestidas de financieros. No es la Economía, sino la Filosofía la que dará salida a esta crisis.

Pero si la izquierda no tiene ideas serias que contribuyan al pensamiento, ¿de qué y con quién vamos a debatir?

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