martes, 26 de enero de 2010

Desde Montánchez, MONTILLA Y SU SILENCIO


Hace bien el presidente de la Generalidad catalana en no conceder entrevistas a los medios de Comunicación madrileños, siempre tan dados a preguntar libremente y a analizar las respuestas sin el agobio del sometimiento al “oasis”. Hace bien en refugiarse en sus corrales con los mansos, tan preocupados por la creación de la “nación” catalana en vez del incordio de la interpelación incómoda.

Pero saltó a Madrid al programa “Espejo público”. No le hizo falta a Susanna Griso ninguna acritud para que se comprobara que Montilla no aguanta medio asalto: según se atrevió a afirmar, en Cataluña no se multa a quien rotule su tienda en español porque “El corte inglés” también se llama así en Barcelona.

¡Claro! porque es una marca. Tampoco McDonnalds se llama MacJordi. Pero la realidad es que si alguien quiere llamar a comercio “panadería” o “tintorería” o “mercería” no puede. Le multan y le cierran.

Por supuesto que la Ley es absurda y malintencionada porque consiste en perseguir al español, pero lo políticamente más censurable aún es que aquel que la impone y basa sus denuncias en acusaciones de chivatos anónimos sea incapaz de defenderlo en televisión. No se trata únicamente de que los socialistas son más nacionalistas cada día, sino que abusan de su doble lenguaje para tirar la piedra y esconder la mano.

Lo mismo ocurre con la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto: el mismo Montilla que envió una carta llamando a la movilización si el dictamen no se ajusta a sus gustos independentistas, le dijo a Griso que él sólo quiere respetar la sentencia. O sea, que en Barcelona pide manifestaciones y en un plató de televisión se hace el estadista.

Y otro absurdo: el mismo ministro que firmó la necesidad de construir un Centro de residuos nucleares en España, va ahora y dice que se haga en cualquier sitio menos en Cataluña.

Si tantas contradicciones en menos de quince minutos hubieran salido de la boca de Esperanza Aguirre, el escándalo estaba servido. Pero a Montilla se le perdona: el “oasis” catalán consiste en no remover las aguas estancadas, que debajo hay mucha porquería y luego huele mal.

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