miércoles, 7 de abril de 2010

Desde Montánchez, ADOLESCENTES SIN CABEZA; PADRES IRRESPONSABLES

Parece que el camino elegido para la educación de nuestros jóvenes no era el adecuado. O, al menos, no era éste el lugar en el que pensábamos aterrizar: el año pasado se incoaron cerca de 30.000 expedientes penales por delitos protagonizados por jóvenes.

Las historias de muchos de ellos son espeluznantes. El último caso de la niña de Seseña no tiene explicación posible. Todo parece indicar que una joven “gótica” de 14 años es, simplemente, una sicópata y que ha matado a su compañera de colegio con una frialdad que desconocíamos pudiera existir en alguien de tan corta edad.




Por supuesto que hay que endurecer las penas para este tipo de delitos y que como pena no son suficientes cinco años en un centro de menores. Pero estamos obligados a ir más allá: hay que pedir explicaciones a sus padres. ¿Qué han estado haciendo los últimos catorce años para ir alimentando a ese monstruo?

No basta con argumentar que la vida es muy dura y que hay que trabajar mil horas para llevar el salario a casa. Más difícil era la vida del ciudadano medio hace cincuenta años y a una niña de trece años no se le ocurría citarse en un duelo a muerte.

El problema básico es que la mera reflexión sobre los métodos educativos y la permisividad de la sociedad es etiquetado como debate carca. Analizar qué hacen nuestros jóvenes, dónde van, a qué juegan o qué piensan tiene el rechazo de quienes creen que un niño tiene capacidad para tomar decisiones y por eso hay que dejarle en paz.

Es más: a la mayoría les causa risa si se advierte que uno de los problemas de los jóvenes es que han sido apartados de cualquier emoción moral o religiosa. Se lo toman a broma, pero es evidente que los valores que enseñaba el Evangelio no han sido sustituidos por valores laicos, y que una de las causas de la violencia juvenil, e incluso de la violencia de género, reside en la ausencia de principios morales.

Los adolescentes no tienen cabeza, pero la culpa es de los padres que han dejado la educación de sus hijos en manos de animadores socioculturales y de la televisión y el ordenador. Claro que hay que mejorar la Ley del Menor; pero empezando por reformar el sentido de la responsabilidad de los adultos.

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