martes, 25 de mayo de 2010

Desde Montánchez: EN LA BOCA DEL INFIERNO

Albergues de madera de Mensajeros de la Paz en Haití.

Sesenta “mensajeros de la paz” han ido a Haití para inaugurar los albergues que el padre Ángel ha construido con sus arrestos. Es mentira que este cura necesite donaciones para conseguir lo que nadie consigue; lo hace a fuerza de riñones (por no escribir aquí lo que habría que escribir: básicamente, güevos).

Ha decidido que nada se le va a poner por delante, y el resultado pasma: mientras en Puerto Príncipe todo sigue igual de mal desde el terremoto, él ya ha construido hogar para cincuenta familias y un centro para cuidar ancianos. Habría que inventarse el modo de darle tres vidas más, pues va a ser difícil que nos salga otro tipo así con los actuales cruces genéticos de nuestra especie.

Quizá sea el único retazo de esperanza que puede verse en esas calles destartaladas en las que, por no haber, ni aparece un coche de la ONU más allá del aeropuerto, y ni un solo soldado de los miles que dicen que hay. La gente se hacina en las mismas tiendas de campaña que se levantaron con urgencia hace cuatro meses, al lado de edificios derrumbados sin desescombrar. En este tiempo a nadie se le ha ocurrido hacer nuevos campamentos. Lo único estable es la obra del padre Ángel, y no ha hecho más barracones de madera con agua corriente y luz porque el gobierno, o lo que sea que gobierna allí, no le deja. Así es la vida: no le dejan.

Haití es la boca del infierno. Más allá de la entrada, el vagar de cuerpos será el vagar de espíritus, pero no creo que pueda encontrarse mucha más diferencia: deambular entre miseria para ver si acaba el día y comienza otro y hacer lo mismo. En la boca del infierno todo se convierte en un esperar a nada cada minuto que pasa.

Por eso hay que admirar al padre Ángel y a la gente que le ha echado narices de presentarse allí: Roberto les puso un generador de electricidad; Carlos les cavará un pozo; Soledad les llevó toneladas de medicamentos… Sin embargo, lo mejor es que estos “mensajeros” son capaces de conmoverse con ellos: Susana llora porque se encuentra con las monjas que trabajan allí; Gemma juguetea con las niñas para que sonrían; Sandra respira hondo detrás de sus gafas de sol para no emocionarse; Isabel pone un micrófono para denunciar la miseria, y Araceli les canta algo con Alejandro por si vale. Quizá valga todo.

Han vuelto con algunos recuerdos en sus cámaras de fotos. Pero tengo la impresión de que lo más sustancial del viaje no lo van a poder enseñar en un power ponit: se les ha quedado dentro, en el cuajarón del alma. Y no siempre es fácil traducir lo que dicen algunas miradas.

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