domingo, 1 de enero de 2012

Desde Montánchez. DOS MIL DOCE



Apenas unas letras. O unas cifras. El año comienza y termina por dos. El dos es un número revolucionario. Rompe con la unidad e incluso con la idea del monoteísmo. El dos es la díada que exalta la imaginación pero se pliega en la obediencia. Padre y madre. Noche y día. Oposición de contrarios. Hace mover el mundo.

Dos mil doce viene cargado de problemas graves. Grandes soluciones. No queda otra. Y mucha paciencia. La vida en pareja y en sociedad exige cariño pero sobre todo respeto y comprensión. En caso contrario, subiremos a la cornisa del egoísmo. Y desde ella nos precipitaremos contra el duro e implacable suelo.

La primera profecía maya situaba en diciembre de dos mil doce el fin de mundo. Aquella cultura precolombina desapareció. Acaso prendida en la red de síntomas que predijeron pero no supieron controlar. Consideraron igualmente divinos el bien y el mal pues eran tan inseparables como la vida y la muerte. Padre y madre, ying y yang orientales, revelaban la fecundación. Dos. La esencia es el dos. Salvo el dios único al que nunca abandonaron. Era el dios absoluto, dador de medida y de movimiento.

Dos mil doce embiste con fuerza. Nos queda demostrar que la sequía se combate con lluvias prevenidas, que la miseria se solventa con la riqueza amparada, que la muerte se combate con la esperanza de una vida mejor, que la guerra se golpea contra la fortaleza de la buscada paz o que la abundancia sigue a la escasez de las vacas flacas.

Dos mil doce se inaugura hoy. El fin del mundo es la rendición de los seres humanos. De nosotros depende. En la humanidad se halla la fórmula de la victoria. No hay más símbolos que los que representan la razón, el amor y la voluntad de seguir creciendo.

Que este nuevo año sea fructífero para todos. Para todos.

Un saludo.

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