De mal
en peor. Ser esclavo de las palabras no comporta ser dueño de los silencios. El
fundamento de las ideas está en la base de cualquier sociedad de progreso. El
método socrático de la mayéutica nos enseñó, entre otras muchas cosas, la
necesidad de exponer los pensamientos con grandes dosis de reflexión y de
deducción. El medio era el diálogo y no la recitación unilateral. La
contradicción lógica conduce al conocimiento. La enseñanza no puede ser sino un
desafío permanente entre dos protagonistas que construyen realmente su obra de
aprendizaje/enseñanza cuando ambos logran ingresar en el mundo del otro. Pobre
del maestro que se atreve a inflar al alumno de conocimientos en vez de extraer
del mismo sus inferencias lógicas. El sólo sé que no sé nada nos advierte de
nuestra ignorancia pero nos convierte en seres pensantes.
A veces, los humanos no pensamos. Mordemos con
nuestras palabras. Asesinamos el lenguaje y sacamos las tripas a nuestro
interlocutor con el alfanje de la dialéctica. Los ataques al Juez Pedraz por
parte de personajes políticos de todos los colores del arcoíris partitocrático
constituyen una muestra de que, en política, el conocimiento es un bien escaso
que se supedita al ladrido verbal y que pone en tela de juicio la verdadera
esencia de un Parlamento.
Uno discrepará de la sentencia de este
juzgador de la Audiencia Nacional. Servidor lo hace. Uno se removerá en su
asiento leyendo alguno de los párrafos de este distinguido miembro de la
jurisdicción española. Confieso que me estremezco de horror. Lo que uno, sin
embargo, no puede hacer es descalificar al sujeto de los horrores por razones
de sus afinidades afectivas, de su atuendo extravagante o singular o de sus
opiniones desautorizadas.
Llamar pijo ácrata al juez Pedraz es un signo
que aparece en la frente de los malos demócratas. Si la sentencia es un
conjunto de frases panfletarias, se critica el texto, se apela y a otra cosa,
mariposa. De ahí a ofender al autor de la resolución, media un abismo. Entiendo
que el señor Pedraz se ha extralimitado con la expresión de “la decadencia de
la clase política”. Ha metido la pata hasta el corvejón. Pese a ello, entre
otras lindezas de parecido mal estilo, ningún papá de la patria puede subvenir
a la esfera peyorativa de padrastro de los electores.
Lo curioso es que populares, socialistas,
nacionalistas o de extrema izquierda coinciden en lamentar la herida de la
decadencia de la clase política. Otras aberraciones como el desprecio a la
policía, el archivo de las denuncias o la liberación de los imputados pasan a
segundo plano de la polémica. A ellos no les importa sino que su dignidad se
vea constreñida por el juez, por más que el sentir mayoritario de la sociedad
coincida en este punto con el del magistrado.
Cosas veredes. Ande yo caliente y ríase la
gente. No sé si el señor Pedraz es pijo ni ácrata. Descalificase quien ofende
de esta guisa. Más le valdría actuar con más tino, más ética, más coherencia y
mayor rigor.
En vez de cruzar palabras como sables,
parlamenten. Hablen. Dialoguen. Si no saben, pidan cita en los corrillos
telecinqueños del cotilleo. Al menos, ya sabemos la naturaleza de la criatura.
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