Si algo desprecia el ciudadano es la pelea interna en los partidos políticos. Eso se castiga más que los errores. Más, incluso, que la corrupción. Cuando dos personas se gritan en un bar, el resto de clientes no quiere saber quién de los dos tiene razón, sino que pide al camarero que les eche a la calle por la misma puerta y con la misma patada. Así ocurre en los partidos políticos.
Rajoy heredó un Partido Popular unido y español, muy alejado de lo que era la vieja Alianza Popular de Manuel Fraga, formación de camarillas, barones y personalismos. Lamentablemente, desde el punto de vista de funcionamiento interno, el PP de hoy está muy alejado de lo que era cuando Aznar y muy cerca de cómo era cuando Fraga.
Este es el gran fracaso de Rajoy: será el candidato del PP a la Presidencia del Gobierno, pero no sabemos si PP significa Partido de Pontevedra porque el Partido Popular cada día se deshace un poco más.
Se muestran incapaces de controlar el navajeo de Madrid; asumen negociaciones con Valencia; dejan crecer el regionalismo en cada comunidad autónoma… Eso no es el PP español que heredó hace seis años. Eso no es el PP unido.
Y esa factura es muy grande y muy grave. El presidente del PP puede equivocarse en proponer tal o cual política económica, o una enmienda a cualquier Ley, pero no puede ser tan torpe de cargarse la fuerza del Partido Popular. Ya sabemos cómo era AP, y ya sabemos cómo era el PP de Aznar: Rajoy tiene que elegir el modelo.
Y de lo que pase, que no eche la culpa a nadie: quien manda en el partido es él y el equipo que él ha elegido.
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